Escuela de mi patria

Hace una semana que comenzaron las clases. Hace una semana que comenzaron las clases en casi todas las provincias. En casi todas las provincias y no en todas porque hay gente que todavía no entiende. Hay gente que todavía cree que la educación es un negocio. Despreciamos a esa gente.

Tota, Porota y The Great Tot dan la palabra a la Señorita María del Carmen, docente de 4to. "A" de la Escuela "Sargento Cabral" quien se encargará de pronunciar el discurso pertinente de comienzo de año. Adelante.

Dice la Señorita María del Carmen:

Voy a comenzar mi discurso leyendo un fragmento del cuento de Laura Devetach “La planta de Bartolo”, del libro La torre de cubos (Buenos Aires, Colihue, 1985), curiosamente prohibido por la última dictadura militar por "excesiva fantasía".

“El buen Bartolo sembró un día un hermoso cuaderno en un macetón. Lo regó, lo puso al calor del sol, y cuando menos lo esperaba, ¡trácate!, brotó una planta tiernita con hojas de todos colores.
Pronto la plantita comenzó a dar cuadernos. Eran cuadernos hermosísimos, como esos que gustan a los chicos. De tapas duras con muchas hojas muy blancas que invitaban a hacer sumas y restas y dibujitos.
Bartolo palmoteó siete veces de contento y dijo:
—Ahora, ¡todos los chicos tendrán cuadernos!
¡Pobrecitos los chicos del pueblo! Estaban tan caros los cuadernos que las mamás, en lugar de alegrarse porque escribían mucho y los iban terminando, se enojaban y les decían:
—¡Ya terminaste otro cuaderno! ¡Con lo que valen!
Y los pobres chicos no sabían qué hacer.
Bartolo salió a la calle y haciendo bocina con sus enormes manos de tierra gritó:
—¡Chicos!, ¡tengo cuadernos, cuadernos lindos para todos! ¡El que quiera cuadernos nuevos que venga a ver mi planta de cuadernos!
Una bandada de parloteos y murmullos llenó inmediatamente la casita del buen Bartolo y todos los chicos salieron brincando con un cuaderno nuevo debajo del brazo.
Y así pasó que cada vez que acababan uno, Bartolo les daba otro y ellos escribían y aprendían con muchísimo gusto.
Pero, una piedra muy dura vino a caer en medio de la felicidad de Bartolo y los chicos. El Vendedor de Cuadernos se enojó como no sé qué.
Un día, fumando su largo cigarro, fue caminando pesadamente hasta la casa de Bartolo. Golpeó la puerta con sus manos llenas de anillos de oro: ¡Toco toc! ¡Toco toc!
—Bartolo —le dijo con falsa sonrisa atabacada—, vengo a comprarte tu planta de hacer cuadernos. Te daré por ella un tren lleno de chocolate y un millón de pelotitas de colores.
—No —dijo Bartolo mientras comía un rico pedacito de pan.
—¿No? Te daré entonces una bicicleta de oro y doscientos arbolitos de navidad.
—No.
—Un circo con seis payasos, una plaza llena de hamacas y toboganes.
—No.
—Una ciudad llena de caramelos con la luna de naranja.
—No.
—¿Qué querés entonces por tu planta de cuadernos?
—Nada. No la vendo.
—¿Por qué sos así conmigo?
—Porque los cuadernos no son para vender sino para que los chicos trabajen tranquilos”.

Bartolo tenía como nadie las cosas claras: todos los chicos tienen que tener un cuaderno, un cuaderno en el que puedan trabajar sin preocuparse, en el que escriban lo que aprendieron, en el que dibujen el día y aprendan la cursiva, en el que puedan desparramar tinta que será absorbida por un atento secante. Un cuaderno que terminará engordado en el año, manchado de meriendas, con hojas afinadas por gomas agresivas. Un cuaderno testigo, compañero, diario de viaje.
La escuela es el lugar donde la planta de Bartolo puede ser algo más que un sueño, no porque allí se repartan cuadernos lindos, sino porque es el espacio donde los chicos, como Bartolo, pueden imaginar un mundo mejor.

Feliz comienzo de clases.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy muy lindo texto. Sale del estilo del blog, pero alguna razón habrán tenido para incluirlo. Felicitaciones